El nombre de Villarobledo rueda por las páginas de nuestra historia como un redoble de tambores. La onomatopeya va en este caso asociada al paisaje, cuyas modalidades subraya. Estos campos tan graves, tan austeros y al tiempo tan predestinados a ser teatro de grandes hechos nacionales. Porque los hombres, en su ambición de poseerlos, habían de disputárselos encarnizadamente. Por aquí cabalgaron los jinetes de media luna y los caballeros forrados de hierro de las órdenes militares que rescataban España, pulgada a pulgada, para Cristo.
Alcaraz, orgulloso y señero con su escudo de monte arrogante y con su castillo albergador de reyes, presidió durante centenares de años todas estas tierras de vides y trigo, de rebaños y de pan llevar. Aldea suya fue Villarrobledo, cuando se alzaron sus primeras chozas, allá por el siglo XIII. Hoy aquella primitiva aldea, que ha crecido desmesuradamente, vierte su última casa por el campo, como una vasija colmada. Hoy es una rica y floreciente ciudad, con legiones de obreros consagrados a la labranza; una ciudad típicamente castellana con una gran plaza, que preside, desde unos de los frentes, una iglesia parroquial vetusta, de maciza mole, y desde otro, el Ayuntamiento, edificación también antigua y de mucho carácter.
El nombre de Villarrobledo tan sonoro y propicio a las evocaciones, tiene resonancias guerreras que cantan hazañas aún en nuestros días. Allí se libró en el año 1836 una resonante batalla entre los carlistas que mandaba el famoso Don Miguel Gómez el que paseó las boinas legitimistas desde Navarra hasta las aguas del Estrecho y los cristianos que acaudillaba el general Alaix. En recuerdo de ese combate, uno de los regimientos de Caballería llevó, hasta época muy reciente el nombre de Villarrobledo.
Y ahora, al cabo de cien años justos, los mismos viñedos, los mismos campos llanos y ricos de este extremo occidental de la provincia, resuenan de nuevo con gritos de guerra y los hombres se disponen como en el siglo pasado a acometerse. En estos días de julio de 1936 la población de Villarrobledo y sus contornos ha tomado en un impulso unánime las armas. Por todos los caminos hormiguean pelotones de escopeteros. La consigna es la de los carlistas de hace cien años: ¡¡¡ Por Dios y por España!!! Falta la invocación al Rey, pero son muchos los que la formulan silenciosamente en su fuero interno.
Porque esta tierra de Villarrobledo, pese a las etiquetas políticas que pudieron clasificarla circunstancialmente, es una de las muestras más expresivas de la España tradicional. Tanto como puedan serlo el Maestrazgo y Navarra. Y aunque el carlismo esté poco extendido como organización política, sus esencias informan la vida rural e imprimen carácter a las gentes.
Se trabaja de un modo consuetudinario y los hacendados viven con sus pastores y con aparceros, como una gran comunidad cristiana que preside el señor. Los sociólogos de casinete y academia tronarán contra la miseria aparente de los salarios, imaginando que no permiten vivir al obrero. Pero lo cierto es que éste tiene todas sus necesidades cubiertas con holgura y que el señor le socorre, solícito, con su dinero y su consejo en trances de apuro y se ocupa de la suerte de sus hijos. En algunas de esas grandes fincas se sigue pagando a los pastores en ducados. Es decir, así se concierta, aunque para los efectos prácticos haya que reducir esta moneda a su equivalente en especies. Es una prueba de cuan hondamente arraigada está la tradición en Villarrobledo.
Políticamente, la comarca ostento en los tiempos de la Monarquía la filiación conservadora. Don José Martínez Acacio, hijo de Villarrobledo, abogado de Madrid y agricultor en su pueblo, representó en sucesivas legislaturas el distrito de Alcaraz, al que pertenece Villarrobledo.
Al proclamarse la República, el señor Martínez Acacio, que había desempeñado altos puestos públicos con la Monarquía, se retiró a la vida privada; pero sus partidarios, que eran muchos, siguieron fieles a su familia y dieron sus votos a su primo y hermano político Don Pedro Acacio Sandoval, también dueño de muchas tierras, que cultivaba con solícito afán, y que afiliado Acción Popular fue elegido diputado en las Cortes Republicanas. La candidatura que encabezaba el señor Acacio Sandoval, en las elecciones de febrero de 1936, obtuvo en esta comarca cerca de 10.000 votos contra menos de mil que sumaron los izquierdistas. Aparte de Acción Popular, que erala organización más poderosa, había en Villarrobledo como fuerzas políticas antimarxistas los agrarios y el partido republicano radical. También había surgido con gran ímpetu Falange Española, como jefe era un joven médico Don Jesús Ortiz. Aunque en periodo de organización, contaba ye con 17 afiliados. Aunque la masa que amalgamaba el Frente Popular era menor en número, se caracterizaba por su violencia y fanatismo. La Casa del Pueblo actuaba de de aglutinante de estas masas, que ya en octubre del año 1934 se entregaron a todo género de excesos: edificios y se enfrentaron con la fuerza pública. Figuraban en la actualidad entre los más destacados de los agitadores, el alcalde Antonio Berruga, de profesión industrial y afiliado a Izquierda Republicana; el comerciante Ángel Ortiz, de igual ideología; los socialistas Heliodo; Heliodoro Sepúlveda, impresor; Juan Fernández Descalzo, mecánico; Froilán Herrero, factor de la estación; Victoriano Moreno, tipógrafo; Pedro Arenas, Albañil, y Juan Sahagún, panadero ; éste comunista .
El puesto de la Guardia Civil se componía en tiempos normales de tres parejas de a pie, que mandaba un alférez. Pero ya se ha visto cómo en el plan de concentración preparado por el Teniente Coronel Chápuli se había asignado a Villarrobledo un contingente de cincuenta guardias. Aquí vinieron los de La Roda, Alcaraz y los puestos comarcanos, porque se temía el avance de los sediciosos de Ciudad Real.
Don Francisco Jiménez de Córdoba antiguo Presidente de la Diputación de Albacete, que se había relacionado en esta capital con los elementos militares, regresó a Villarrobledo en la noche del 19, portador de una orden del Teniente Coronel Chápuli para que se declarase inmediatamente el estado de guerra. Se la esperaba con impaciencia por las gentes que Falange tenía apercibidas. Tan pronto como se recibió la orden, se encaminaron los afiliados hacia el Cuartel de la Guardia Civil para ponerse a las órdenes del jefe del puesto, el cual los incorporó a sus fuerzas.
Los izquierdistas temían sin duda un ataque, porque aquella noche encerraron en el Ayuntamiento a los guardias del campo, policía rural que el pueblo costea, con el encargo de defenderlo. Cuando la Guardia Civil y los paisanos voluntarios aparecieron algunos tiros, pero duró muy poco el conato de defensa. Ante la actitud resuelta de los atacantes, los guardas del campo abrieron de par en par las puertas del Ayuntamiento y se entregaron prisioneros. El Alférez de la Guardia Civil tomó posesión del edificio, declaró desposeídos de sus cargos a los ediles izquierdistas y designó para ocupar la alcaldía al capitán de Infantería retirado Don Francisco Barnuevo. Hecho esto de guerra. Se cerró la Casa del Pueblo. Los más notorios izquierdistas habían sido detenidos sin que pusiesen resistencia y se encontraban en la cárcel, ante la que se congregó un grupo de vecinos que pedía con airadas voces que se congregó un grupo de vecinos que pedía con airadas voces que se hiciese en los presos rápida y ejemplar justicia. Acusándoles de ser los causantes del desasosiego del pueblo en los últimos meses; de los quebrados considerables causados en las haciendas por los continuos conflictos que promovían; de los sucesos sangrientos del año 1934 y, por último, de abrigar criminales propósitos contra sus enemigos en el caso de que la nueva revolución que preparaba resultase triunfante.
Cuando mayor era la excitación pública se presentó Don Pedro Acacio, a quien todos abrieron paso respetuosos, y amonestó a los más irascibles. Dijo que se opondría a que se atacase a los presos. Que no había que mancillar un movimiento tan puro y tan legítimo con excesos siempre reproblables. Consiguió con esto que los grupos se disolvieran, y la paz volvió a las calles alborotadas.
Todo era júbilo entre los vecinos, que se felicitaban unos a otros y se hacían planes para el futuro que se presentían dichoso para España. No amenguaron a circular bien pronto de que Ciudad Real se pronunciaba a favor del Gobierno; de que en Madrid había fracasado aquel mismo día el Alzamiento de la guarnición, y de que en Socuéllamos se encontraban grandes masas de campesinos para caer sobre Villarrobledo. Lejos de desalentar estas noticias, robustecieron en la juventud la voluntad de la lucha, y el jefe de Falange dispuso sus escuadras en patrullas que alternaban con la Guardia Civil en vigilancia de los caminos de acceso al pueblo. Y para evitar un ataque por la vía férrea fue volada ésta en las inmediaciones de la Ciudad.
Pero las noticias eran más alarmantes por momentos. Especialmente abrumaba y encogía los ánimos la amenaza de Socuéllamos. Eran miles de hombres los que allí se congregaban animados de deseos de saqueo y venganza. Ya las patrullas de voluntarios de Villarrobledo se habían tiroteado con ellos en los campos próximos. Por si estos fueran poco, de la capital de la provincia llegan informaciones aún más funestas. Albacete se disponía en aquellos momentos a hacer frente al poderoso ataque de una columna integrada por elementos de todas las armas del Ejército. Lo que más impresionaba era la Aviación, que desde el día 22 bombardeaba la capital, entre cuyo vecindario había ocasionado varias víctimas. Se temía que en Villarrobledo ocurriese lo propio, y esta contingencia era tema de conversación en todas las casas.
Al optimismo de las primeras horas había sucedido en los hombres una desesperada resolución de morir combatiendo. Porque el día 24 recibió la Guardia Civil la orden de abandonar el pueblo y de replegarse sobre Albacete, donde se iba a reñir la lucha decisiva. Los falangistas se negaron a abandonar sus casas. Sabían que nada quedaría de ellas cuando entrasen las bandas armadas que ya estaban a sus puertas y que habían intimado arrogantemente la redición. Y antes de entregarlas sin defensa, resignación de antemano a la expoliación y al saqueo, aquellos muchachos preferían morir. Así, cuando la Guardia Civil se despidió de ellos, se concentraron en el Ayuntamiento dispuestos a quemar los últimos cartuchos. Horas dolorosas las que vivió Villarrobledo desde el 24 hasta el 25 de julio por la tarde, en que lo sete mía sucedió. Vivieron sus vecinos como los reos de muerte en capilla cuando toda esperanza de salvación se ha desvanecido.
Ya el 25 por la mañana apareció un avión sobre el cielo limpio de la ciudad, inerme y resignada. A nadie sorprendió su presencia porque se contaba con su visita. Sin embargo’ el aviador, torpe o deseoso de no ocasionar daños por repugnarle la misión que se le confiara y el bando a que servía, arrojó sus bombas desde mucha altura y lejos del caserío. Fueron cuatro los artefactos que lanzó y su metralla no ocasionó ninguna víctima.
Durante la tarde se supo que Albacete había sucumbido y entonces se perdió el último vestigio de esperanza. Tanto más cuando que ya una muchedumbre de miles de campesinos y de ferroviarios encuadrados por números de la Guardia Civil se habían puesto en marcha desde Socuéllamos y se tiroteaban en las afueras con pequeños grupos de Falangistas que trataban de cerrarles el paso. Muchas personas huían por el campo tratando de hallar refugio en Minaya o en la próxima provincia de Cuenca. Y las religiosas de los tres monasterios de la localidad, las Clarisas, las Carmelitas y las Bernardas, recibieron orden de abandonar su residencia y de refugiarse en domicilios particulares.
Deseoso de evitar a su pueblo los horrores de un asalto a mano armada, el alcalde, Don Francisco Barnuevo, salió a últimas horas de la tarde al encuentro de los agresores. Les hizo ver que la Guardia Civil se había retirado; que los vecinos que tenían armas las entregarían; que cesaría la resistencia si ellos prometían respetar al pueblo.
Pues entregarnos a todos los fascistas y hablaremos se le respondió.
Ya no se le dejó libre. A culatazos fue empujado delante del tropel gesticulante hasta la plaza Mayor, y en los soportales del Ayuntamiento se le dio muerte. Era el primer tributo de sangre que Villarrobledo pagaba a la revolución.
Los Falangistas, tras de haber resistido en distintos lugares, se replegaban a campo traviesa y en las cercanías de Minaya hicieron frente por última vez, matando a uno de sus perseguidores. Después se dispersaron y cada uno buscó la salvación por donde pudo; pero fueron muy pocos los que consiguieron salvarse.
Se había devuelto la libertad a los presos izquierdistas, que salieron a la calle enfurecidos y deseosos de desquite y venganza. Los forasteros no necesitaban ciertamente de ningún estímulo. Se comportaban como implacables con ningún estímulo. Se comportaban como implacables conquistadores. A su frete iban los alcaldes de Socuéllamos y de Alcázar de San Juan, que durante unos días se disputaron en las columnas de los periódicos madrileños el honor de aquel triunfo, del que uno y otro se asignaba la mejor parte. El monterilla de Alcázar hacía que en las columnas de Claridad se dijera, con fecha del día 25 << A las dieciocho horas de hoy, el Alcalde de Alcázar de San Juan, en nombre del Gobierno legítimo de la República, se ha hecho cargo de la ciudad de Villarrobledo, que estaba en poder de los facciosos. Y el de Socuéllamos destacaba su intervención en este telegrama que envió a Mundo Obrero.
Rectifico la errónea información decía lanzada por Radio Valencia, en la que se afirma que los rebeldes de Villarrobledo se mantienen firmes en dicho pueblo habiendo ocasionado bajas a la columna de milicianos que intentó su toma, y me enaltece el participar que el día 23 quedó formada en esta población una columna compuesta de milicianos del Frente Popular de los Pueblos de Alcázar de San Juan, Tomelloso, Campo de Criptana, Pedro Muñoz y Socuéllamos, de cuyo pueblo fueron la mayoría de los milicianos, y donde se estableció el cuartel general de la concentración.
Esta columna, con la cooperación de los tenientes de la Guardia Civil de Tomelloso y Socuéllamos, inició el 25 las operaciones de cerco de la vecina población rebelde, y al anochecer del pasado domingo se efectuó, bajo la dirección del alcalde que autoriza este telegrama, la toma del referido pueblo rebelde, en el que se entró con escasa resistencia, sin que ocasionara baja alguna en las fuerzas ocupantes y solamente en las rebeldes, que en su mayoría habían huido y que estaban integradas por fascistas y sesenta números de la Guardia Civil, recogiéndose abundantes armas y municiones y algunas ametralladoras.
En esta acción se distinguió la Aviación, así como los milicianos. Que cooperaron activamente, y el vecindario de este pueblo de Socuéllamos, por ser el más inmediato donde las milicias impidieron todo movimiento.
Aunque la ocupación se hizo en la noche del 25, la verdadera riada de gentes inhumanas no se precipitó hasta el domingo 26. En este día se efectúan detenciones en masa y corre nuevamente la sangre. En el portal del Ayuntamiento, a donde habían sido llevados con el pretexto de declarar, cae muerto el estudiante y falangista Enrique Carrascosa Navarro, y ante la cárcel el propietario y también miembro de la Falange Don Luciano Girón Marugán y Don Cristóbal Pérez Moreno.
Estos crimines son sólo el prólogo de la saturnal de sangre y de fuego que se prepara fríamente como si se tratase de un número del programa de ferias. Se elige para ello la madrugada del 27 al 28, en la cual las turbas, debidamente aleccionadas, se congregan ante la cárcel y en las puertas de los templos, porque se quiere simultanear el asesinato en masa con el saqueo y la profanación.
Las iglesias son allanadas y una muchedumbre de mujerzuelas y de milicianos forasteros y de la localidad invade los recintos sagrados, y tanto en la parroquia como en las iglesias filiales de San Sebastián y Santa María producen enormes destrozos. La parroquia que está consagrada a San Blas, fue fundada en el siglo XIII. En su sacristía existía una cajonería de talla de mucho mérito, que quedó destruida, así como un órgano, también de bastante valor. Todas las imágenes, a excepción de la Santiago, que se salvó milagrosamente, fueron destruidas con bárbara saña, y entre ellas la de la Virgen de la Caridad, Patrona de Villarrobledo.
Los milicianos y las mujerzuelas que los acompañaban se vistieron con las casullas y los paños sagrados y formaron carnavaladas sacrílegas, sazonadas con blasfemias y cantos. A una imagen de San Martín la colocaron sobre una pared y se entretuvieron durante varias horas en tirar sobre ella al blanco.
Se buscaba afanosamente al párroco y a los sacerdotes; pero primero, Don Marcelino Luengo, consiguió escapar. Los coadjutores Don Roberto Domínguez, Don José Garrido y Don José López Gil, menos afortunados, quedaron presos y fueron asesinados más adelante en Ocaña. Se arrancó de su casa al sacristán Juan Peralta, a quien se dejó medio muerto a palos. En este estado fue llevado a la cárcel, de donde se le sacó para ser fusilado.
Los allanadores de moradas no olvidaron la de Don Pedro Acacio, que por su riqueza y carácter tradicional excitaba a la vez su odio y su codicia. Es un verdadero palacio sobre todo por su disposición y decoración interiores. Un ancho patio con arcos de estilo Renacimiento, que corona una galería a la altura del primer piso, ocupa el centro de la mansión, ricamente alhajada. Inmediatos a la residencia de los señores, y separados de ella por un patio, están los pabellones de los dependientes de la finca. El conjunto ofrece un aspecto de cortijo andaluz.
En esa noche trágica están reunidas las personas de la familia que continúan en Villarrobledo: Don Pedro Acacio y su esposa , Doña María de la Peña y sus hijos; Don Pedro, Doña Matilde Acacio, con su esposo, Don Baldomero Fernández, y su hijo Jacinto Fernández Acacio; el prometido de María Acacio, Don Luis Sandoval, el capellán de la casa, Don Pedro Antonio Domínguez, anciano sacerdote con el que se han confesado todos los presentes y han recibido de sus manos el Pan de los Ángeles en el oratorio de la finca. Nadie pudo dormir ni pensó hacerlo. Rezaban mientras en las calles resonaban blasfemias y tiros. Fue en las primeras horas de la madrugada cuando se aporreó furiosamente la puerta. Los verdugos estaban allí. Mientras Don Pedro y los hombres los recibían, las mujeres y el capellán buscaron refugio en el jardín, donde no tardaron en ser descubiertos. Y empujada brutalmente por unos de los invasores, Doña María de la Peña fue derribada por la escalera, fracturándose un brazo. Todos los varones que se encontraban en la casa, a excepción del anciano capellán que quedó olvidado en un rincón, fueron llevados a la cárcel, ya rebosan de presos.
Yo no sé de otras armas que las de la oración que nos defiende contra el pecado- respondió serenamente Sor Dolores.
Vamos a comprobarlo nosotros- respondió el que interrogaba, en un tono amenazador.
Y dio orden a sus satélites de que registrasen el convento sin olvidar un solo rincón. Pero la pesquisa fue infructuosa y los que la habían realizado regresaron al Ayuntamiento desalentados.
-Sólo se encuentra polvo y telarañas- anunciaron.
Hubo, pues, que devolver la libertad a las seis religiosas, que al salir de nuevo a la plaza corrieron un gran peligro, pues la gran multitud, compuesta en su mayoría de mujeres, las amenazaban con el puño cerrado y les dirigía insultos.
Tras de este doloroso episodio las dieciséis religiosas de la comunidad acordaron vivir juntas en un piso logró alquilar la superiora, Sor Consuelo Artigas. En él per amanecieron hasta octubre sometidas a rigurosa vigilancia. El monasterio había sido convertido en cuartel del batallón de << La Pasionaria>> y posteriormente en cárcel y <
>. Quedó destruido un retablo de mucho mérito de la capilla y desaparecieron otras obras de arte, entre ellas una imagen de San José, de los días de la fundación. Su anciano y bondadoso Capellán, que era el mismo de la casa de Don Pedro Acacio, Don Pedro Antonio Domínguez, habían sido herido de un balazo por un miliciano y se encontraba en calidad de preso en el hospital.
Tantas dolorosas emociones quebrantaron las resistencias de las más ancianas e impresionables de las religiosas.
Fallecieron cuatro: la primera Sor María de Jesús Galindo, a los veintidós días de haber dejado el claustro, y posteriormente Sor Pilar López, Sor Isabel Gurtubay y sor María del Pilar Martín. A las que quedaban con vida se las obligaba a salir al campo a vendimiar, confundidas con mujerzuelas que las insultaban soezmente. No perdieron, sin embargo, la resignación la entereza. La superiora, Sor Consuelo Artigas, se comportaba de un modo admirable, por lo que, irritados los perseguidores, la redujeron a prisión en unión de Sor Esperanza Mostola, Sor Carmen Ruiz Hernández, Sor Cecilia Urda Cubero y Sor Francisca Martínez Mazo. De cárcel, desde Villarrobledo fueron a parar a Valencia y allí se hallaban el día de la liberación.
El monasterio de San Bernardo era también de una antigüedad venerable, habiendo sido erigido en 1594.
En el altar mayor había un retablo pintado que representaba la Gloria, con la Santísima Trinidad en la parte superior y en medio la Purísima, tenía a sus lados a San Benito, Santa Escolástica, San Bernardo y Santa Hambrina. En la parte inferior estaba el Santo Job en el estercolero. Esta curiosa obra de arte, que había sido un regalo del Cardenal Mendoza, aparecía firmada por Alberto Pérez. Diferentes veces habían tratado de cómprala algunos anticuarios. En el retablo, que media ocho metros de altura, había también una San Juan Bautista y una talla de Jesús Nazareno, también de los días de la fundación; una Virgen de los Dolores, que algunos atribuían a Salzillo; un San Bernardo, de talla, hecho en el año 1600, un San Francisco Javier, de los primeros días. Notable era asimismo un altar consagrado a Jesús Nazareno, de estilo barroco. Lo adornaban unas columnas doradas.
En estos días de julio se hallaban en la residencia nueve religiosas. Como las Clarisas, abandonaron sus celdas a las seis de la tarde día 25 y se refugiaron en casa de familias piadosas. En el momento en que se ponían en salvo, los presos izquierdistas que acababan de recobrar su libertad pasaban en manifestación ante el convento y lo apedreaban furiosamente. Al cabo de algún tiempo pudieron reunirse todas las re liosas en una misma casa, obligándolas las milicias a trabajar en un costurero que habían instalado en su cuartel. El monasterio fue durante seis meses hospital; refugio de evacuados de otras comarcas durante un año, y hasta la liberación cuartel de milicias. En ese período fallecieron la priora sor Mercedes Fuertes, sor Visitación Corella, Sor Sagrario Sánchez, Sor Eugenia Pérez y Sor Bernarda Rodríguez.
Idéntico destino fue el de las Carmelitas, cuyo convento databa de 1664. En su capilla poseían un retablo que era idéntico al notabilísimo de la parroquia de San Blas. Un Santo Cristo de mucho mérito y una efigie de Nuestra Señora del Buen Consejo. Lo habitaban doce religiosas, siendo la abadesa Sor Teresa de los Ángeles. Lo mismo que las de las comunidades anteriores, se refugiaron en las casas de la ciudad en la tarde del día 25. Pero a los dos días fueron a buscarlas los milicianos, que trataron de amedrentarlas diciéndoles que las iban a fusilar. También trabajaron en los costureros de los cuarteles y durante este período angustioso fallecieron Sor María Antonia de San Teresa, Sor María Pilar del Niño Jesús y Sor Atanasia de la Virgen de las Mercedes. La residencia y la capilla se utilizaron primero para prisión y luego de cuarteles. La capilla quedó desmantelada interiormente y tosas las preciadas muestras de arte que contenía desaparecieron.
Entretanto, y al par que los profanadores de los lugares sagrados saciaban sus instintos bestiales del modo que queda referido, los grupos que habían congregado ante la cárcel se disponían a dar satisfacción a sus sanguinarios deseos de venganza. En aquélla tenía a las personas que más odiaban por su situación económica, por sus profesiones, por su virtud. La mayoría sólo favores había hecho a los que en este momento proyectaban su ruina. Pero esta misma circunstancia redoblaba el rencor de las almas viles, que se consideraban humilladas por la constante protección de los poderosos. Por otra parte, la chusma forastera estimulaba los bajos instintos. Había entrado en Villarrobledo con la esperanza del botín, y éste no sería completo si no se repartía sobre los cuerpos ensangrentados de sus enemigos.
Se invadió, pues, la cárcel. De entre los presos que la llenaban, se fue escogiendo a los que habían de morir, sin otra norma que el azar caprichoso. Desde luego había personas que estaban condenadas de antemano, como les ocurría a los miembros de la familia Acacio. En total se sacó a veintisiete y se les hizo montar en camiones que tomaron el camino del cementerio. Entre los condenados iban:
Don Pedro Acacio, su hijo Joaquín, su hijo político Don Miguel Jiménez de Córdoba, el prometido de una de las hijas, Don Luis Sandoval, su primo don José Acacio, secretario del Juzgado municipal; su hermano político Don Baldomero Fernández Nieto y el hijo de éste, Don Jacinto Fernández Acacio. Las restantes víctimas eran el juez municipal, Don Alfredo Portillo Romero, Don Antonio Nueda Berruga, Don Abundio Clemente Parra, Don Alfredo Pérez Matarredona, Don Antonio Garrido Buendía Don Bartolomé Pérez Saldaña. Don Benito García Niefa , Don Francisco Fernández Martínez, Don Francisco Martínez Martínez, Don Joaquín Ortega Calero, Don José Vicente Portillo, Don Luis Lodares Portillo, Don Lorenzo Castillo Ortega, Don Pedro Buendía García y Don Pedro Ortega Calero.
Llegados al lugar del suplicio se alineó a las víctimas contra la tapia. En aquellos momentos, Don Pedro Acacio midió toda la profundidad de la abyección humana. ¿De qué le servía una vida consagrada al bien y al progreso moral y material de su pueblo? ¿De qué el trato humano que había dispensado siempre a los trabajadores, sin distinción de ideas, y los socorros repartidos a los necesitados con pródiga mano? Ahora los mismos favorecidos iban a matarle, pero no a él solo, sino a su hijo, a todos los que llevaban su nombre o estaban unidos a él por los lazos de consanguinidad. Todo ello le parecía monstruoso, inconcebible; no acababa de convencerse. Ya ante las bocas de los fusiles tradujo este asombroso angustiado en una pregunta que hizo al jefe de los verdugos:
-¿Pero por qué nos vais a matar? ¿Qué mal os hemos hecho?
Le contestaron con sarcasmo y con blasfemias:
- Habéis chupado la sangre del obrero. No va quedar uno solo de vosotros para muestra…
- Pues matadme el primero a mí –contestó Don Pedro-.
- No quiero asistir al padecimiento de los otros.
Ni este triste consuelo le otorgó. Fue fusilado el último y los verdugos se ensañaron en su suplicio haciendo los primeros disparos a las piernas para que muriese lentamente.
La atroz escena se desarrollaba en medio de las sombras, sin otra luz que las de las estrellas, y ello sirvió a Joaquín Acacio, el hijo de don Pedro, para fingirse muero. Tuvo la presencia de ánimo suficiente para arrojarse al suelo en el momento que se disparaba sobre él, y conteniendo la respiración permaneció entre el montón de cuerpos palpitantes hasta que los ejecutores se alejaron. Puso en pie entonces y echó a correr con la agilidad de sus diecinueve años animosos, y saltando las tapias de la necrópolis se lanzó a campo traviesa hasta que apuntó el nuevo día. La angustia y la fatiga física le obligaron a pedir refugio en un caserío próximo. Pero sus dueños, crueles, avisaron a los izquierdistas de Villarrobledo, que volvieron a detenerle.
Ya para entonces el palacio de sus padres había sido invadido, sus hermanas y su madre, Doña María de la Peña, no obstante estar herida, como ya se dijo, arrojadas a la calle sin asistencia y sin recursos. Joaquín Acacio se creyó ya salvado de la muerte al ver que no se le remataba en el acto. Volviéndose a la cárcel y su esperanza se acrecentó al ver que en aquel mismo día llegaba de Albacete un destacamento de Infantería de Marina, cuyos jefes afirmaron que iban dispuestos a poner un término a las matanzas y los excesos. De momento lo consiguieron. Los presos que quedaban en la cárcel, que eran sesenta y tres, fueron conducidos por los marinos a la prisión de Ocaña (Toledo). Con ellos fue Joaquín Acacio. Sin embargo, esta infortunado muchacho no había de sobrevivir sino un breve espacio de tiempo al autor de sus días y a tantos otros de sus parientes. Pero antes de que sucumbiese había de renovarse el milagro que le permitió escapar de la matanza de Villarrobledo. A estos sucesos ocurridos en los primeros días de la sublevación, que son recordados por su especial crueldad, podemos añadir otros tan violentos, dramáticos y sinrazón que se cometieron como son el caso de la muerte de Ramón Contreras López de veintisiete años, asesinado delante de su madre, el asesinato de Alfonso Morcillo Esteso o el de Arturo Giménez Díaz que muere en el paseo del cementerio municipal a causa de sesenta y un tiros recibidos o las palizas propinadas a personas como Miguel Giménez de Córdoba y Arce, Pedro Solana Cabañero, Eloy Laguna, Rafael Martínez Martínez o Isabel Sáez de 46 años de edad con domicilio en la calle Acacio Moreno, numero 4 que ha sido perseguida, detenida, maltratada y multada por el siniestro Frente Popular, anteriormente es el resultado del odio, venganza, lucha de clases, etc., heredado y potenciado en los últimos momentos del periodo republicano. El 19 de octubre, y ante el avance de las columnas nacionales por la provincia de Toledo, los revolucionarios, enfurecidos, procedieron al fusilamiento en masa de los presos de Ocaña. Joaquín Acacio volvió a verse ante el piquete de ejecución, y como la vez primera se desplomó al suelo ileso y pudo emprender la fuga a través del campo. Nuevamente volvió a caer en manos de los asesinos y esta vez se le mató sobre el terreno. Tal sucesión increíble de buenas y de malas fortunas, tal renacer de esperanzas para desvanecerse definitivamente, constituyen uno de los episodios más espantosos de la revolución española, único en su clase por las reiteración de la misma situación dramática.
Con Joaquín Acacio fueron asesinados en Ocaña el 19 de Octubre los siguientes vecinos de Villarrobledo:
Agapito Lapaz Caballero, Alfonso Martínez Martínez, Aurelio Romero Ortega, Antoliano Santos Trigueros, Ángel Sevillano Clemente, Antonio Luján Pastor, Agapito Montejano Molero, Bernardo Díaz Solana, Cayo Rosillo García, Feliciano Céspedes Panadero y sus hijos Feliciano y César Céspedes Rubio, los hermanos Fernando, Francisco y Juan Gastañaga Elorriaga, Francisco Izquierdo Navarro, Galo Jareño Pérez, Gordiano Ballesteros, Juan González Alcañiz, Juan González Alcañiz, Juan González Girón, José García Parra, Juan Antonio Moreno Parra, Juan Mañas Goya, José Ortiz Cerezo, Jesús Solana Morcillo, Juan Manuel Torres Torrente, Juan Valero López de Haro, Juan Villena Parreño, Juan Aguado cabañero, Mariano Montejano Calero, Manuel Moreno Lozano, Pedro Vargas Ponce, Pedro José López Gil.
No son éstas las únicas víctimas del pueblo en los meses terribles en que el terror rige como un sistema normal de Gobierno. En Albacete se fusila a varios destacados vecinos: entre otros, al ex presidente de la Diputación Don Francisco Jiménez de Córdoba, a Don Antonio Morata Mira, significado miembro de Falange; a Don Pascual Acacio Lodares y a Don Sixto Collado Ballesteros.
En distintos lugares y fechas caen también:
Agustín García Maso, Abundio Clemente Parra, Antonio Moyano Rabadán, Antonio Santos de la Torre, Antonio López del Cerro, Agapito la Paz Caballero, Agustín Sandoval de la Torre, Baldomero Lozano Pozuelo, Carlos Jiménez Díaz, Emilio Pérez Enrique Masó Arribas, Francisco Bonilla López, Jerónimo Núñez Cortes, Julián Domínguez Parra, José María Cañadas Calero, Juan Delgado Plazas, Juan López Martínez, Joaquín Romero, José Cervera Domenech, Julián Rodríguez Caro, Mariano Ruiz Hernán, Manuel Contreras López, Manuel Santos de la Torre, Manuel Moreno Munera, Mariano Ortega, Nicolás Garrucha Rodríguez, Nicolás Fernández Perucho, Pedro José Padilla, Pedro María Solana Cabañero, Pedro Filoso Díaz, Pedro Antonio Ballesteros Serrano, Bautista Contreras López, Victoriano López Ballesteros.
Algunos de los vecinos más amenazados se salvaron milagrosamente en escondites inverosímiles que habían practicado en sus casas. Tal sucedió al jefe de la falange y médico Don Jesús Ortiz, que, a pesar de ser buscado sañudamente, permaneció en Villarrobledo, sin que se lograra descubrirle hasta el día de la liberación.
Siervos de Dios en Proceso de Beatificación
que tienen relación con Villarrobledo
Roberto Domínguez Valero, José Garrido Navarro y Juan López Gil, sacerdotes
Las guerras provocan caídos, los regímenes opresores víctimas y las persecuciones religiosas mártires. Al hablar de martirio, la Iglesia hace referencia a aquellos que derramaron su sangre, por confesar la fe, y en el caso de España, en el marco de una terrible persecución religiosa. Nada tuvieron que ver con el régimen que se instauró después del 39. Su fe fue el único motivo de su muerte.
Al beatificar o canonizar a una persona, se propone como modelo su vida ejemplar, o la coherencia y la fortaleza a la hora de confesar la fe con la propia muerte en el caso de los mártires, y alentar, con la historia de perdón que lleva detrás, a la concordia y a la convivencia. El mártir es un hombre de paz, que tiene una clara conciencia de su ser cristiano y de su pertenencia a la Iglesia. Sabe que la fe da pleno sentido a su vida y a su muerte, y que si aspira a identificarse con su Señor, que murió en la cruz perdonando, ha de hacerlo también en el momento supremo de dar la vida.
Roberto Domínguez Valero, José Garrido Navarro y Juan López Gil.
Disponemos de pocos datos personales suyos. Sabemos que D. Roberto era natural de Villarrobledo y D. Juan había nacido en Tembleque. El caso es que cuando estalla la guerra los tres ejercen de coadjutores en la parroquia de Villarrobledo.
El 25 de julio de 1936, Villarrobledo fue ocupado por una columna de milicianos del Frente Popular de la provincia de Ciudad Real, comenzando un duro proceso revolucionario que sometió al pueblo a una espiral de violencia durante mucho tiempo. El 26 de julio comenzaron a efectuarse detenciones en masa.
Los tres sacerdotes decidieron no huir y fueron detenidos, sacados de sus domicilios particulares y conducidos a la cárcel local, para días más tarde conducirlos al Penal de Ocaña (Toledo), donde fueron sometidos a torturas. Finalmente, el 19 de octubre, y ante el avance de las columnas nacionales por la provincia de Toledo, los milicianos enfurecidos, procedieron al fusilamiento en masa de los presos de Ocaña (Toledo). Murieron los tres sacerdotes con unos 70 vecinos de Villarrobledo, entre ellos el también siervo de Dios seglar Angel Bonifacio Sevillano Clemente siendo enterrados en una fosa común del cementerio de la localidad.
Victoriano Ballesteros Ballesteros, Seminarista
Nació en Villarrobledo (Albacete) en el año 1912. Era el Hijo mayor de los tres que tuvieron en su matrimonio José-María y Francisca. Marcho al Seminario (Menor) de Toledo en 1927. En vacaciones ayudaba a su padre en el campo y al sacerdote en la Iglesia. Era buen estudiante y tenía beca todos los años. El último año, por una enfermedad, le sorprendió la guerra en su casa. Se marchó para refugiarse en Casas de Fernando Alonso (Cuenca), donde tenía familia. Alguien lo vio marchar y así fue como lo encontraron. Lo mataron el 15 de Agosto de 1936 en el cruce de San Clemente con Villarrobledo cuando contaba la edad de veinticuatro años.
Ángel-Bonifacio Sevillano Clemente
Nació en Villarrobledo (Albacete-España)b el 21 de Abril de 1906. Sus padres fueron Julián e Isabel., siendo el menor de nueve hermanos. Acompañado y estimulado por el fervor de su familia, en ella pasó feliz la infancia y juventud, participando desde joven en distintas asociaciones católicas. Contrajo matrimonio a los veintitrés años con María-Isabel Marchante Lacoba, que fue su compañera fiel en la fe y en el amor, amor que Dios bendijo con la llegad de tres hijos: un varón y dos mujeres.
En Julio de 1936, al estallar la guerra civil española, fue apresado por las fuerzas de izquierda. Le obligaban a tomar una escopeta para matar “a ricos y sacerdotes”, a lo cual se negó. Le instaron a que blasfemara como condición para ser liberado, a lo cual también se negó. Le recordaron que tenía tres hijos pequeños y el respondió: “mis hijos algún día lo comprenderán”, siendo fusilado en Ocaña (Toledo) el 19 de Octubre del mismo año, rubricando así con su sangre la fe que toda su vida había profesado.
Roberto Domínguez Valero, José Garrido Navarro y Juan López Gil, sacerdotes
ORACIÓN
(Para la devoción privada)
Oh Dios, que concediste la gracia del martirio a los Siervos de Dios Eustaquio Nieto Martín, obispo, a Juan López-Gil, a José Garrido Navarro, y a Roberto Domínguez Valero, sacerdotes, y a los demás sacerdotes, religiosos y laicos de nuestras diócesis, haz que sus nombres aparezcan en la gloria de los santos, para que iluminen con su ejemplo la vida y entrega de todos los cristianos. Concédenos imitarlos en su fortaleza ante el sufrimiento y la gracia que por su intercesión te pedimos. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria
Con licencia eclesiástica
Victoriano Ballesteros Ballesteros, Seminarista
ORACIÓN
(Para la devoción privada)
Oh Dios, que concediste la gracia del martirio a los Siervos de Dios Eustaquio Nieto Martín, obispo, y a Victoriano Ballesteros, seminarista, a y a los demás sacerdotes, religiosos y laicos de nuestras diócesis, haz que sus nombres aparezcan en la gloria de los santos, para que iluminen con su ejemplo la vida y entrega de todos los cristianos. Concédenos imitarlos en su fortaleza ante el sufrimiento y la gracia que por su intercesión te pedimos. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria
Con licencia eclesiástica
Ángel-Bonifacio Sevillano Clemente
ORACIÓN
(Para la devoción privada)
Oh Dios, que concediste la gracia del martirio a los Siervos de Dios Eustaquio Nieto Martín, obispo, y Ángel-Bonifacio Sevillano Clemente, joven padre de familia, a y a los demás sacerdotes, religiosos y laicos de nuestras diócesis, haz que sus nombres aparezcan en la gloria de los santos, para que iluminen con su ejemplo la vida y entrega de todos los cristianos. Concédenos imitarlos en su fortaleza ante el sufrimiento y la gracia que por su intercesión te pedimos. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria
Con licencia eclesiástica
Se ruega a los fieles comuniquen a la Vicepostulación de esta Causa los favores concedidos por intercesión de los Siervos de Dios a la siguiente dirección: Obispado. C/ Salamanca 10, 02001 ALBACETE.